¿Perdono o termino con este pastel?
Hace unos días vi la película Fuerza Mayor (Turist), que me recordó lo difícil que es tomar la decisión acerca de perdonar o terminar una relación. La película trata sobre una familia con dos hijos que van a esquiar a la nieve a un lugar muy top y de repente aparece una pequeña avalancha, frente a la que el papá sale espontáneamente corriendo, dejando solos a su pareja y a sus dos hijos.
Se podría pensar que lo terrible de todo esto es la lamentable reacción del papá frente a la avalancha, sin embargo, a mi juicio, el principal tema de la película no es tanto la reacción espontánea del padre, sino su actitud después de lo sucedido, cuando se vuelve a la vida normal. Luego de la avalancha (cuidado, aquí vienen spoilers), en los primeros días él trata de evitar hablar sobre lo que sucedió; luego lo ambigua planteándolo como un asunto de interpretaciones; y después, al final, cuando esta postura es insostenible, monta un gran show llorando desconsoladamente en el pasillo del hotel, diciendo que está profundamente decepcionado consigo mismo.
Lo más llamativo es que todo esto sucede sin que él nunca pida perdón honestamente, ni tome cartas en el asunto; sin que diga «chuta, actué como un cobarde, salí arrancando, me olvidé de ti y de los niños, pero eso no significa que no los quiera, perdóname”. Finalmente, ella un poco influida por los niños, decide dar vuelta la página y volver a la normalidad.
¿Qué es lo más real en esta situación? ¿La reacción espontánea del padre frente a la avalancha o su actitud posterior? Distintos filósofos y psicólogos han planteado que en las situaciones límites, en esos momentos repentinos e inesperados, que quiebran la estabilidad de nuestro mundo habitual, es donde aparece lo más “real” de una persona. Personalmente, creo que hay mucho de verdad en esta posición, porque esa reacción no-reflexiva refleja mucho de lo que son nuestras verdaderas prioridades en la vida.
Y de a dónde vendrá esa tendencia a dejar que todo siga igual? Seguramente, porque no es fácil tomar la resolución acerca de terminar o perdonar a alguien de verdad. Quizás porque uno siempre quiere seguir con su vida habitual, o porque ambas decisiones implican aceptar una pérdida: la pérdida de alguien a quien uno le tiene cariño o de un pedazo del amor propio, como diría La Rochefoucauld.
Sin embargo, creo que esta película agrega un importante matiz. No es sólo en las situaciones límites donde aparece lo más real de una persona, sino también en qué es lo que se hace después. En el caso de la película, si la señora lo juzga tan duramente no es tanto porque haya salido corriendo, sino por su actitud los días después.
Esa disposición del marido también revelaba algo de con quien estaba casada (y tal vez incluso más que el momento de la avalancha), pero como las actitudes no son un hecho concreto, para ella era algo difícil de reconocer y de plantear. Y como él nunca pide perdón, si ella decide olvidar, no es tanto un perdón real, sino un pasar la página, y así se sigue acumulando esa silenciosa desazón que generalmente acompaña a nuestras relaciones humanas. Si fuese la vida real, y yo un adivino, apostaría a que ella se va a separar de él unos años más tarde, por cualquier otra cosa, sin saber por qué…
Esta misma situación a veces se da al revés. Hace unas semanas conocí la historia de una pareja en la que el marido había sido infiel a su señora, cuatro años antes. Se había tratado de un amorío puntual, de un amor loco, una nueva situación límite, que al parecer nunca se había vuelto a repetir. Después de esto, el marido había dado distintas muestras de arrepentimiento y le había pedido honestamente perdón, con hechos concretos.
Sin embargo, ella no lograba dejar atrás lo que pasó, sentía constantemente desconfianza, le revisaba los mails y el Whatsapp, estaba siempre controlando a dónde iba, vigilaba con quién estaba y a qué hora iba a llegar. Frente a esta situación, un psicólogo amigo comentó muy asertivamente que ella nunca había tomado la decisión de perdonar a su marido de verdad. Dentro de la fenomenología del perdón, se señala que cuando alguien quiebra un pacto, pero después da muestras de arrepentimiento y de cambio en la actitud, siempre se necesita que el otro tome la resolución de perdonar o terminar. Ambas decisiones son válidas, pero al igual que en la situación anterior, el principal riesgo es no tomar nunca la resolución, y que como siempre, todo siga igual.
¿Y de a dónde vendrá esa tendencia a dejar que todo siga igual? Seguramente, porque no es fácil tomar la resolución acerca de terminar o perdonar a alguien de verdad. Quizás porque uno siempre quiere seguir con su vida habitual, o porque ambas decisiones implican aceptar una pérdida: la pérdida de alguien a quien uno le tiene cariño o de un pedazo del amor propio, como diría La Rochefoucauld. Por eso, generalmente se perdona o se terminan las relaciones a medias, sin tomar nunca una resolución, y se queda toda la vida reflexionando y murmurando en torno a lo difícil que son las relaciones humanas, sintiendo una silenciosa experiencia de desamparo y de desazón.