Reformas: ¿y todo esto para qué?

El tema de las reformas ha sido uno de los asuntos más importantes a nivel país dentro de este año que ya termina. Al igual que el año pasado, a lo largo de todo el 2015 hemos estado informándonos y discutiendo sobre nuestras reformas: la reforma educacional, tributaria, laboral y, todos esperan, la pronta reforma de la salud. En este contexto, hemos discutido una y otra vez temas tan importantes como el acceso igualitario a la educación, la distribución equitativa de los impuestos, el incremento de la negociación colectiva, el aumento de la disponibilidad de recursos asistenciales, etc. Es decir, un conjunto de temas que conciernen fundamentalmente al acceso, la inclusión y la igualdad dentro de nuestro sistema.

En efecto, salvo algunos atemorizados, la mayor parte de la gente sabe que ninguna de estas “reformas” apunta a una verdadera reformulación del camino del desarrollo en el cual se encuentra el país. Se trata más bien de problemas ligados al acceso y la distribución equitativa de los bienes del desarrollo. Sin embargo, además de estos problemas que hoy llaman nuestra atención, están los problemas creados por el desarrollo mismo, los que quizás constituyen una base más profunda del malestar ciudadano actual. Estos problemas, quizás, no están siendo suficientemente abordados por la opinión pública.

El gran malestar que existe hoy día en Chile no es causado solo por las injusticias y la falta de igualdad en nuestra sociedad, sino también por el tipo de vida que caracteriza a los países en desarrollo. Esto es algo que se puede ver, por ejemplo, en las últimas estadísticas de la llamada “salud mental”.

En la actualidad, todos los estudios señalan que Chile está viviendo un proceso de transición epidemiológica en este ámbito, característico de los países que se han embarcado en el camino del desarrollo. Esto se constata a través de distintos indicadores. Por ejemplo, en los últimos años, ha habido un significativo aumento en los denominados “trastornos de ansiedad” y “cuadros depresivos”. En Chile, una de cada tres personas que consultan en atención primaria presenta algún trastorno ansioso-depresivo. Esto sucede especialmente en Santiago, que actualmente es una de las capitales con mayor proporción de estos “trastornos” dentro del mundo. Otros fenómenos vinculados con el desarrollo son el fuerte aumento en el consumo de medicamentos psicotrópicos, drogas sintéticas y de las tasas de suicidio. Según los informes de la OCDE, Chile es actualmente el segundo país con mayor incremento en las tasas de suicidio a nivel mundial.

En términos generales, estas formas de malestar propias del desarrollo van por dos líneas esenciales. La primera es la reflejada por el aumento de lo que en la terminología médico-psiquiátrica se denomina como “trastornos de ansiedad”. Con esta etiqueta médica, se designa una serie de vivencias cada vez más comunes dentro de nuestra sociedad: como la sensación de incertidumbre, de inestabilidad, aceleración y exceso de presión. La segunda es reflejada por el aumento de los denominados “cuadros depresivos”, vinculados esta vez con otras experiencias, como el sentimiento de cansancio y abatimiento, la sensación de desorientación, de pérdida de sentido, de interés y del sentimiento de placer con la propia vida. Todas estas vivencias, que más de alguno de nosotros ha sentido últimamente, son las que conducen también al aumento en el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y drogas sintéticas.

 En Chile estamos sufriendo no solo por la desigualdad dentro del desarrollo, sino por las formas de vida promovidas por el desarrollo mismo. Sin embargo, este tema tan esencial no ha aparecido por ejemplo en nuestras discusiones actuales sobre “las reformas”. En la reforma educacional, el núcleo principal ha estado puesto en el tema de la igualdad en el acceso, sin que aparezca jamás la pregunta sobre el sentido de nuestro sistema educacional en su conjunto.

De esta manera, en Chile estamos sufriendo no solo por la desigualdad dentro del desarrollo, sino por las formas de vida promovidas por el desarrollo mismo. Sin embargo, este tema tan esencial no ha aparecido por ejemplo en nuestras discusiones actuales sobre “las reformas”. En la reforma educacional, el núcleo principal ha estado puesto en el tema de la igualdad en el acceso, sin que aparezca jamás la pregunta sobre el sentido de nuestro sistema educacional en su conjunto. Y así, al mismo tiempo en que se discute sobre el acceso a la educación, seguimos constatando un enorme aumento en los diagnósticos de déficit atencional, en la medicación infantil con psicotrópicos y en el consumo de drogas de parte de los adolescentes.

Lo mismo sucede con la reforma laboral, donde, al mismo tiempo en que se discute sobre el aumento en la negociación colectiva de los trabajadores, seguimos constatando un explosivo incremento en la cantidad de licencias médicas y consumo de psicotrópicos dentro de ellos. En este momento, los problemas de “salud mental” son la primera causa de incapacidad transitoria en el trabajo dentro de los beneficiarios de la salud pública y, según estudios de la ACHS, más de un tercio de los trabajadores chilenos consume medicamentos psicotrópicos.

En este contexto, lo que se suele recomendar es que junto con promover el acceso a la educación y al ámbito laboral, se debe incrementar el financiamiento de la salud mental. El año 2006 la Organización Mundial de la Salud señaló que Chile destinaba un muy bajo porcentaje de su presupuesto en salud a temas de salud mental. El compromiso en ese entonces fue llegar a un 5% para el año 2010. Lamentablemente, este presupuesto no solo no ha subido, sino que entre el año 2008 y 2013 bajó de un 3,1% a un 2,16%. Todo esto ha despertado en la actualidad una gran demanda por el aumento de la inversión en salud mental en nuestro país, respaldada por los mismos tipos de cifras que hemos revisado.

Lógicamente, en un nivel, esta última demanda es legítima y necesaria. Nadie se podría oponer a aumentar la inversión en salud mental. Esto es algo importante de hacer en nuestro país. Ahora bien, en otro nivel, todos sabemos que con este tipo de medidas no se aborda realmente la raíz de los problemas. Aquí hay un problema mucho más profundo que se escapa al nivel de las “soluciones” aportadas por los medicamentos, los tratamientos psiquiátricos y psicológicos. De alguna manera todos sospechamos que no abordamos la falta de sentido en nuestra educación medicando a nuestros niños o mandándolos a un tratamiento psicológico para que los “arreglen”. No abordamos nuestra alienación en el trabajo mediante licencias médicas que nos den unos días de descanso o por medio de antidepresivos y ansiolíticos que nos hagan estar más estables. Estas medidas, propias del ámbito de la “solución”, no abordan las raíces de nuestros problemas, lo único que nos permiten es seguir avanzando, solo avanzando.

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